martes, 11 de octubre de 2011

Gabriel el taxista


Anoche no podía conciliar el sueño, eran las cuatro de la madrugada, estaba algo agobiada y decidí salir al balcón a tomar el aire. Con mi manta, un vasito de leche caliente y mi libreta en mano, me senté en la hamaca a disfrutar de la esplendida noche.

Al voltear la calle, un hombre desganado y dándo tumbos por la calle con su botella de alcohol en la mano y con una guitarra en la otra me despertó la curiosidad. Un hombre vestido de traje negro, afeitado, galán, pero con bastantes problemas en su vida para poder aparentar que tras su traje de fiesta solo le queda mas que apretar. Apretar las manos para que no le caiga la vida y pueda volver a casa, aunque sea con su botella de Ron...

No fue lo único que me despertó curiosidad, a lo lejos un vehículo se acercaba, reducía velocidad, paraba y finalmente bajaba del coche.
Cerramos los ojos e inmediatamente vemos a través de sus ojos, sentimos dolor, pena, angustia, sufrimiento...


En mi borrachera me perdí y levanté mi guitarra sin saber, una lucecita verde vi venir y aunque todo me daba vueltas para leer, las cuatro letras de la palabra 'Taxi', leí.

Me ayudó a montarme aquel señor cuyo nombre era Gabriel y me preguntó dónde queria ir. Traigo vacía la cartera, le dije. En la calle borrachera del barrio de la tajá, tiene su casa y su puerta para poderse usted bajar.
¿Cómo puede usted montarme sin conocerme de ná?, a lo que me contestó, tócame algo compadre que yo te voy a cantar.

A la noche siguiente, en mi bar de copas se paró, yo estaba barriendo para cerrar. Es el asiento tu cama, el volante la almohada donde das la 'cabezá' y partes en dos la madrugada cuando ya no puedes más.
Trabajando noche y día reunes todo el jornal y por esa cartera vacía te pueden rotar dos puñaladas.

Él, indiferente y totalmente despreocupado me contesta 'Taxista era mi padre y nadie me va a cambiar por un pedazo de pan, maldita sean las navajas que rompen la madrugá'.

En mi taxi soy el caracol que lleva la casa donde va, llevo en el salpicadero mi radio, mi monedero y por todo mi capital retratos de los que yo mas quiero, ya no necesito más. Cuantas historias en ese asiento de atrás, de eso se mas que nadie y no me acuerdo de ná.
Ya llega la última carrera al llegar al amanecer, y si él volviera a nacer, diez veces que él naciera sería taxista otra vez.

En vez de dos copas que sean tres, en su soledad me contó que una mujer parturienta una noche de tormenta en el taxi le parió y cada vez que lo cuenta vuelve a llorar de emoción.
Una por todos los taxistas que ésta la pago yo, todo el mundo te necesita ¡qué bonita profesión!

Gracias amigo Gabriel el taxista, a ti y a todos los demás, yo nunca voy a olvidar que me entregaste la vida sin conocerme de ná.

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