![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj9OS-imo_iazLibdRhroJDlfHS3KcIGy2xpXHitV2wt8BrC5G9xDWJyFn6BkSH2yQmvBFgKNwVxOMvPG29OXZPfxlgZdNoJWLRhUDkovJQslgHMNrvy9-qoSYi28Nt_X89LieJ6srbtEo/s320/cat-wallpaper-1280x800-091102.jpg)
Hay sufrimientos ajenos que nos caen encima, sin más, sin que hayamos podido preveérlos.
Hay sufrimientos que intentamos evitar a toda costa a los demás, para impedir que nos duelan a nosotros mismos, los evitamos a instinto de supervivencia, porque si no lo hicieramos una parte de nosotros moriría...
Y hay sufrimientos que nadie supo quitarnos y que arrastramos, porque tampoco sabemos librarnos de ellos y esos son los peores, porque son la causa de que hagamos sufrir a los demás.
Evitar el sufrimiento ajeno puede causarnos tanto bienestar, como evitarnoslo a nosotros mismos, aunque a veces las cosas sencillamente ocurren, y en un instante pasamos del mas profundo de los sufrimientos, al bienestar mas grande. O del placer mas esperado, al dolor mas inexplicable.
Nos sorprendemos de sentir dolor justo cuando nos creíamos inmunes a él o nos negamos a sentirlo, porque creemos ser felices y que el mundo entero lo sepa, o nos equivocamos haciendo daño a quien mas queremos, por evitar un dolor a quien en realidad no conocemos.
Cuando hemos probado el placer, siempre lo preferimos al sufrimiento y siempre hacemos lo posible por volver a sentirlo, aunque no nos dejen, aunque pensemos que nadie quiere compartirlo con nosotros.
Buscamos desesperadamente el bienestar, cuando el dolor se vuelve inevitable, o nos regodeamos en el dolor para poder convertirlo, en placer.
Lo cierto es que siempre estamos a tiempo de escoger disfrutar, antes que sufrir.
Siempre estamos a tiempo de ser felices, antes de sufrir, porque la felicidad es el elixir que nos hace eternamente jóvenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario